Fabio Vallejo
Uno de los tantos datos extraordinarios que rodean las misiones Voyager lanzadas por la NASA en 1977 es su valor en el tiempo. Los astrofísicos podrán explicar algo que sólo me atrevo a mencionar, denominado asistencia gravitatoria, fenómeno que justificó la maravillosa oportunidad que ocurriría tras una alineación planetaria posible solo una vez cada 175 años, y que facilitaría la visita de estas sondas espaciales a los gigantes de nuestro sistema solar. Visto de otra manera, una misión sin aquel empujón cósmico tardaría 30 años en llegar a Neptuno, mientras que con esta maniobra solo se necesitaría de 12 años. Fue así como se hizo realidad este increíble proyecto, de la mano del mayor divulgador científico de nuestro tiempo: Carl Sagan. La misión comprendería el lanzamiento de dos sondas, el pasado 20 de agosto y 5 de septiembre de 1977.
Su recorrido, imágenes, y la información que ha recolectado han significado una aventura sin precedentes en nuestro modesto historial de viajes y misiones espaciales. Nunca un objeto elaborado por el hombre ha ido tan lejos, si es que este adverbio es capaz de dimensionar semejante distancia. Creo que decir así, displicentemente la palabra lejos, es aún demasiado cerca.
Las más de 30.000 fotografías tomadas de sus exploraciones, son apenas parte del gran legado que estas sondas siguen dando a la humanidad.
Gracias a ellas nos introducimos a La Gran Mancha Roja de Júpiter, aquella tormenta del tamaño de nuestro planeta que lleva varios siglos de furia.
Nos regaló aquella foto en la que salimos todos, en un píxel, y que el mismo Sagan denominó Un punto azul pálido[1].
Voyager I tomó la ruta Júpiter-Saturno y ahora se precia de ser el primer objeto humano en alcanzar el espacio interestelar, proeza que sigue magnificándose aún hoy, en su aniversario 44.
La Voyager II por su parte, tomó un rumbo diferente, acercándose a los gigantes de hielo para los años 1986 a 1989. Aún continúa inspeccionando los confines del sistema solar.
Mucho más allá de un dato anecdótico, hay que precisar que ambos artefactos fueron equipados, además de sus instrumentos de comunicación y captura de imágenes y datos, con un disco de oro. Sí, un disco fonográfico titulado The Sounds of Earth, con una selección de sonidos e imágenes que retratan la diversidad de la vida y la cultura en la Tierra. Contiene un mensaje del entonces secretario general de la ONU y un compendio de saludos en 56 idiomas y dialectos antiguos y modernos, desde el sumerio y el acadio hasta el esperanto.
La selección musical es, cuando menos, hermosamente diversa: el Concierto de Brandeburgo de Bach y el blues de Armstrong; la Quinta Sinfonía de Beethoven y las zampoñas andinas; el mariachi mexicano y la canción de iniciación para las niñas pigmeas de Zaire, entre muchas otras.
Incluye además una grabación de ondas cerebrales, la notación de las coordenadas de ubicación de nuestro planeta y una colección de imágenes que comprenden, desde nuestra estructura de ADN hasta el diagrama de la fecundación humana; desde la imagen de la célula hasta la de una madre amamantando.
Cardúmenes de peces. Jane Goodall y sus chimpancés. Bosques de hongos y dunas de arena. Secuoyas, elefantes y águilas. Gimnastas y agricultores. El Taj Mahal y La Gran Muralla. La portada del Principiae de Newton y un violín con su partitura.
Una selección inspiradora, propia de un gran seleccionador. Seguro estaremos bien representados cuando llegue el momento del escrutinio ante nuestros vecinos galácticos.
En 40 mil años, las Voyager estarán surcando nuevos sistemas planetarios.
Si bien es cierto estas misiones no representaron por sí mismas un intento serio de establecer comunicación con civilizaciones alienígenas, sí representan un profundo contenido simbólico de respeto, riqueza en la diversidad y búsqueda de la paz como género humano. También devela nuestra tremenda fragilidad como especie, aun hasta reconocer nuestra propia nulidad e insignificancia en la vastedad del universo, pero que también nos permite cuestionar la increíble y remota, pero al fin y al cabo posibilidad de que estas cápsulas del tiempo, algún día, en alguna latitud, en algún extraño atardecer de otro sol rojizo o azulado, llegasen a ser encontradas…
Imaginar la descripción del destinatario, o preguntarse qué será de nuestra existencia para el momento en que sean halladas estas botellas en medio del océano cósmico…
¿Qué podría ser más escalofriante?
Fuentes:
[1] "Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol que era demasiado pesado para llevarlo de regreso…”
Fotografías: -esa.int
-wikipedia.org/voyager
-https://voyager.jpl.nasa.gov/galleries/videos/#gallery-2
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