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La pobreza y sus justas proporciones



Fabio Vallejo



En 1993, The New York Times publicó una foto cuya autoría se atribuye al periodista sudafricano Kevin Carter. La imagen corresponde al niño sudanés Kong Nyong, quien yacía moribundo, desnutrido y con un buitre al acecho. Ganó un premio Pullitzer ese mismo año. Enfrentó una inmensa ola de críticas. Solo unos días después su mejor amigo, también corresponsal de guerra, muere en un tiroteo mientras cumplía su deber. Decide quitarse la vida el 27 de julio de 1994, inhalando monóxido de carbono conectado a través de una manguera desde el exhosto de su vehículo.




“…En verdad, lo siento. El dolor de la vida sobrepuja al gozo hasta el punto en que este ya no existe. estoy deprimido…sin teléfono… dinero para el alquiler… dinero para la manutención de los hijos…dinero para las deudas…¡¡¡dinero!!! … Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor… del morir del hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos… He ido a unirme con Ken, si tengo suerte…”

Persisten diversas posiciones alrededor de una absurda polémica: que Carter privilegió su ego al tomar la foto en vez de ayudar, que hizo bien en no intervenir; que el menor no murió en ese momento, que el buitre fue atraído por un depósito de estiércol contiguo y no por la inminente muerte del pequeño, que el autor solo aprovechó el contexto para obturar en el momento preciso. En general, críticas basadas en el ardid eufemístico de que no era cierto que el niño fuera a ser devorado por un ave rapaz.


Al respecto, Pablo Zareceansky escribió:

“…Así esta imagen, que forma parte de nuestro imaginario colectivo, representa muy bien la idea de la sociedad que permite una realidad de hambruna atroz pero no de una situación real. Ese niño tiene familia y está en su poblado, el buitre no se lo quiere comer. A menos que el buitre, claro está, sea el capitalismo.”

Pero, ¿cómo podría ser esta imagen un reflejo de nuestra sociedad?


En su obra Discurso sobre el origen de la desigualdad, Rousseau señaló:


“…Concibo en la especie humana dos clases de desigualdades: la una que considero natural o física, porque es establecida por la naturaleza y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de fuerzas corporales y de las cualidades del espíritu o del alma, y la otra que puede llamarse desigualdad moral o política, porque depende de una especie de convención y porque está establecida o al menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Esta consiste en los diferentes privilegios de que gozan unos en perjuicio de otros, como el de ser más ricos, más respetados, más poderosos o de hacerse obedecer.”

Existen en Rousseau dos postulados clave a partir de la desigualdad moral o política: (i) que está establecida. Y (ii) que es autorizada. Como convención tácita, nuestra sociedad ha acordado un grado de este tipo de desigualdad. Una cantidad aceptable, un margen de hambre.


Sin embargo, nadie quiere asumir la responsabilidad de ese acuerdo colectivo. Nadie quiere medir el alcance real de la miseria.


Y es que el ritmo frenético de acumulación de riqueza que durante años ha ejercido un reducido grupo de élites tiene que generar un efecto, un empobrecimiento correlativo.


Ese entramado de tuberías ocultas tiene un destino final. Un relleno sanitario. Un lugar de inmundicia. Existe, pero no existe. No hace parte de la data.


Por ridículo que parezca, se ha preparado otra realidad. Una que sea agradable. Una que esconda el proceso. Una verdad menos cierta, en la que la pobreza es un estado mental; una consecuencia del devenir pernicioso de las periferias, de la ausencia de cultura, de los malos hábitos, de una ignorancia voluntaria, del maldito afán por malvivir.



Existen ciertos vehículos que aseguran la continuidad de un modelo de vida en sociedad que convenga la segregación económica de unos en perjuicio de otros. Establecer y persuadir el acuerdo requiere un modelo de desarticulación de hechos y datos, que sirva para dispersar las causas de la desigualdad a proporciones per cápita; un escenario en el que usted y yo resultemos más responsables que los detentores del poder.


Para eso existe la posverdad como concepto moderno: para privilegiar el sesgo. Para socavar verdades empíricas al punto de que …dos tipos en calzoncillos en un sótano de Macedonia pued[a]n inventar que el Papa apoya a Donald Trump y que esa noticia falsa circule…”. Para doblar la cerviz de las masas. Para que se adapten a la poquedad, al subempleo, al desempleo. Porque este mundo es duro, para ganadores, gente con visión.


Nunca la verdad enfrentó una crisis similar.


Entender la dimensión del estado de cosas, como bien lo intuyó Carter, es un acto

desgarrador que termina por legitimar su impactante desenlace.


Los roles de esa fotografía están más claros que nunca.


El buitre es el capitalismo.

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