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El sofisma del obrero

Gabriel Rivera Franco

En estos días de convulsión en nuestro país, donde las clases populares y el movimiento estudiantil se han volcado a las calles para visibilizar la Colombia olvidada por la clase política, los grandes empresarios y por los banqueros, se hace necesario reflexionar sobre las motivaciones que han llevado a las centrales obreras a decretar paro nacional. Hecho que no se vivía desde 1977, y que representó el paro más grande y violento de la historia de nuestro país; en el que diferentes organizaciones obreras junto al movimiento estudiantil, exigían a Lopez Michelsen, presidente de la época, mejores condiciones laborales, terminación del estado de sitio y respeto de las libertades; entre muchas otras peticiones que fueron y son consideradas coyunturales.





Dentro de las principales reivindicaciones laborales que se buscaban con las movilizaciones, estaba la jornada de trabajo de 8 horas. Derecho que ya caminaba por el mundo desde la huelga general de los Estados Unidos en 1886, y el cual, no solo costó la libertad sino la vida de los líderes de aquella huelga, que de forma grotesca e implacable, fue feriada por los impolutos buitres del mercantilismo y la producción.


Son incontables los muertos, los cuerpos mutilados y las libertades restringidas para que la humanidad entendiera la necesidad de la dignificación de la mano de obra y la importancia espiritual del trabajo en la sociedad moderna.


Hasta el día de hoy, Colombia y sus habitantes viven una de las más abrumadoras realidades en cuanto a condiciones laborales se trata. El 47% de los colombianos gana menos de un salario mínimo, y el 60% de los trabajadores están en condiciones subnormales, es decir, que no tienen formalidad laboral, lo que implica que no gocen de derechos básicos como seguridad social, vacaciones, jornadas laborales de 48 horas semanales, primas, y el inmaculado derecho a pensionarse.


Este desastre económico que desata la precarización laboral, ha llevado a que las cifras de desempleo ronden los dos dígitos según los números del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas DANE, (cifras que no son muy confiables por la forma en que dicha entidad mide la ocupación laboral), lo que puede suponer que el número de desempleados sean aún mayor.


Colombia es uno de los tres países de América Latina con mayores acuerdos internacionales, entre los que figuran los TLC (Tratados de Libre Comercio). Sin embargo, esta realidad está bastante lejos de traducirse en una generación significativa de empleo. La razón es que la mayor cantidad de esa inversión extranjera se concentra en el sector minero energético, que su a vez es el sector productivo que menos trabajo genera, con una participación solo 0.9% (211.000 puestos de trabajo) del total del empleo en el país. Esta cifra palidece frente al 12% que aporta la industria manufacturera (2.7 millones de puestos de trabajo) o el 16% del sector agrícola. A esta amarga realidad se debe agregar que en la generación de trabajo en la actividad minera predomina la informalidad, las condiciones son insalubres y precarias y no se poseen condiciones dignas, básicamente se carece de justicia elemental.


Otro de los factores que afecta drásticamente las relaciones laborales es la tercerización, que si bien, en el sistema económico y productivo de nuestro país es necesaria, el abuso de esta figura constituye una forma de violencia contra la dignidad de la clase obrera del país. La tercerización es comúnmente empleada para subcontratar las actividades propias de una empresa; sin embargo, es la empresa la que impone las condiciones laborales exigiendo el cumplimiento de horarios e imponiendo sanciones. No bastando esto, los trabajadores son discriminados salarialmente, pues en la práctica la remuneración es menor a la devengada por los trabajadores de planta. Estas situaciones desvirtúan la relación laboral natural e incrementan los abusos a la clase trabajadora, afectada en su capacidad adquisitiva y sus condiciones de vida en general.


Así las cosas, Colombia vive en un limbo de mediocridad, donde el afán avaro de los dirigentes es cardinal, esos mismos dirigentes que descuidan la industria nacional y acrecientan la miseria y las condiciones de iniquidad, sometiendo al pueblo colombiano a la más mezquina de las violencias, el hambre.


Es tiempo de reivindicar las luchas dadas por los llamados “8 de Chicago” y por los miles de compatriotas que han olvidado sus sueños individuales para forjarlos en las colectividades más desprovistas de garantías y privilegios. Es tiempo de luchar por jornadas laborales de 8 horas al día, por la estabilidad laboral, por el derecho a una pensión justa, por las garantías mínimas de seguridad en el trabajo, por la equidad de género en las empresas y cargos del estado, la modalidad básica de empleo que debe ser permanente y directa. Basta de crear sofismas de productividad y de engañar a las personas con la idea de que trabajar, sin importar las condiciones es la solución para la consecución de privilegios; y para no alejarme de los convencionalismos que encierran la cotidianidad colombiana, concluyo diciendo:


¡Trabajo sí, pero no así!

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