Ulises Mamani
Voy a hablar de un fenómeno paranormal. El tiempo, ese vector inexorable, se ha venido curvando de manera ininteligible, describiendo órbitas absurdas que me regresan a 1999. Mientras estaba recluido, encaramado en un catre, a las ocho de la noche, yo dibujaba una extraña línea recta desde mi punto de observación a través de una ventana circular, y en dirección exacta a la terraza de su casa. No podía ser cierto que esa fuera justo mi ubicación, teniendo en cuenta el orden alfabético, el número de filas de un alojamiento de más de 300 personas y aun el diseño previo de las ventanas de ese viejo edificio castrense.
Desde lo profundo, y con el pasar de las noches, entendí que esa terraza vacía era un punto de referencia que guiaba mi vida hacia su abrazo. Podía describir ese amor desde cualquier ángulo, con la singularidad y maestría de quien realmente vino a este mundo a amar. Podía ser transfigurado a partir de la posición de privilegio que tiene quien ve el mundo a los 17 años, como un gran pliego de tiempo aguardando a ser desenrollado en una interminable sucesión de noches y sus respectivos intervalos a su lado. Podía anticipar la tragedia del sexo desde una predecible ingenuidad, aguardando con reverencia cada capítulo de tiempo hasta hallar esas ilustraciones prohibidas: nuestros cuerpos desnudos.
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