Fabio Vallejo
Una amarga paradoja rodea la corrupción como fenómeno. Todos sabemos qué es, quiénes la determinan y cuáles son sus alcances y consecuencias. Sin embargo, la construcción de una definición exacta, y su formulación como problemática ha sufrido una intensa y continua sensación de fracaso.
Desde un contexto socio-jurídico, es indispensable delimitar una conceptualización mínima suficiente, por una elemental razón a partir de la dogmática penal: tipicidad. Y es que si bien el ordenamiento jurídico responde a cohechos, peculados, concusiones, prevaricatos, y mil tipos penales más relacionados, no se encuentra una herramienta semántica que englobe con suficiente eficacia el entramado completo[1].
Desde un enfoque cuantitativo o empírico-analítico, se ha intentado sin éxito el diseño de modelos estadísticos y de inteligencia de datos que permitieran abordar su estudio como fenómeno secular, pero la ausencia de información confiable y de calidad termina por crear inmensas brechas y limitaciones a estos ejercicios, condenándolos al fracaso.
Es un obviedad. Dejar a disposición de las ciencias humanas y exactas las venas abiertas de la corrupción, sus agentes, promotores y esbirros, implicaría develar su interdependencia con el sistema, y tomar por ingenuo el poder del statu quo.
Se sobreentiende que el establecimiento y las élites de poder asociadas en partidos, actores privados, medios de comunicación, clase política y gobiernos de turno siempre se opondrán al avance de estudios serios, y menos en uno de los países más corruptos del mundo, con una oligarquía violenta y dispuesta a silenciar con asombrosa rapidez a quienes se atrevan a señalarla.
Es tal la impotencia que el surgimiento e influencia que ejercen organismos como la ONG Transparencia Internacional, y aun la Corte Penal Internacional, han intentado que esta última pudiera ejercer jurisdicción para la instrucción y conocimiento de casos de gran corrupción; iniciativas que terminan refrendando y reconociendo la captura del estado de derecho en poder de las mafias, expresión que en Colombia debe entenderse en toda su literalidad.
Una propiedad característica de las corruptelas es la de desfigurar las proporciones. Por eso vemos al elefante blanco -o naranja- pavoneándose infalible por las instituciones, mientras que los medios tradicionales atrapan y redirigen el escaso criterio del observador hacia la bagatela.
En una reunión reciente, un expositor prevenía al auditorio de la corrupción a escala cotidiana, describiendo el ejemplo “…de la mamá que se sube a la buseta en la mañana y pide a su hijo de uniforme que pase por debajo de la registradora…”
Con este, entiendo que el orador quería reforzar su tesis de la transmisión de acciones cuestionables desde la infancia. Perseguía un fin loable, si se quiere, pero el escenario del ejemplo, aparte de lamentable, termina por causar el efecto contrario al alimentar la ambigüedad de la corrupción como sistema social y fortaleciendo a sus determinadores.
¿Por qué es tan difícil advertir que la corrupción no anda en buseta?
La desarticulación de hechos y datos que ha venido perfeccionando el sistema pareciera hacer olvidar la desgracia y la repugnancia que está detrás de aceptar que en un mismo país los corruptos se precian de ocupar las altas dignidades del Estado, esquemas de seguridad, planes de telefonía celular y camionetas blindadas pagadas con nuestro presupuesto, mientras que las dos terceras partes de este pueblo tienen que decidir si se come o se paga un pasaje, si se estudia o se paga arriendo.
Lo que quiero decir con todo esto es simple: no hay que olvidar quién es el verdadero opresor; quién es el que se burla del pueblo a través de acciones secretas de inmundicia; quién es el que está próximo a buscarlo a usted y a mí para ayudarle a asaltar las corporaciones públicas, lisonjear los círculos de poder y vivir como parásito del erario, para por fin consolidar su interés personal a expensas de los fines del Estado.
[1] Transparencia Internacional la define como “el abuso de poder para beneficio propio.”
Foto: pexels.com/karolina-grabowska-4386476
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